jueves, 26 de abril de 2012
Los libros no desaparecerán
miércoles, 7 de marzo de 2012
Recomendación I: El Mercader de Venecia
Recomendación I
Leer Shakespeare en ingles puede ser un emprendimiento de grandes frustraciones. No obstante, algunas de sus obras pueden ser más accesibles que otras, las cuales pueden servir también de entrenamiento para transitar por el resto de la producción del gran poeta inglés, y no perder uno de los placeres más grande que nos ha dejado la literatura universal.
El Mercader de Venecia: es sin duda uno de los que más he releído, y creo también el más accesible. En la primera frase del acto I dice Antonio “In sooth, I know not why I am so sad;” marcando una emoción estética que será permanente en toda la obra.
Recomiendo la edición en paperback de Longman Literature. Esta edición trae notas que son lo suficientemente concisas para no hacer la lectura de de las notas de referencia todo un libro aparte. Si bien disfruto de los prólogos introductorios y notas extensas, que develan detalles, algunos técnicos, pero de gran importancia, creo que en la lectura del Mercader de Venecia, las interrupciones no deben agotar los esfuerzos del lector, sobre todo cuando el argumento comienza a tomar caminos inesperados.
Ayuda mucho, en este caso, –pocas veces pienso esto- ver la película. El Mercader de Venecia de Al Pacino es fiel la obra de Shakespeare. Además, agrega el contexto visual de Venecia en el siglo XVI, con sus palacios, sus canales, sus vestimentas, su gente. Se puede ver la película, haciendo pausas, leyendo las líneas del libro, recitando los versos para disfrutar también de la fonética y las rimas. Es toda una experiencia. La película de Al Pacino suprime una buena parte de los versos, pero el orden cronológico se mantiene, lo cual es para destacar.
La única advertencia a este ejercicio, es tener en cuenta que las obras de Shakespeare se escribieron para actores que tenían que decir sus versos en aquellos teatros elizabeteanos, circulares de dos o tres pisos. Las palabras salían cargadas de tórax y pulmón, con posturas y énfasis que quedarían ridículas en una escena cinematográfica, donde prima el susurro, versos sottovoce. No obstante, Al Pacino, fiel a su amor por el teatro, se da licencia actoral en la escena del monólogo de Shylock, vociferando:
“he hath disgraced me, and hindered me half a million – laughed at my losses, mocked at my gains, scorned my nation, thwarted my bargains, cooled my friends, heated mine enemies – and what´s his reason?
I am a jew.
Las palabras que hay que aprender del Ingles de Shakespeare no son tantas. Ejercitando con paciencia en una o dos escenas, pronto verán que llegarán a leer el resto de la obra sin utilizar las notas al margen. Un placer, lo recomiendo.
En el próximo comentario traeré información de gran ayuda para abordar la obra Ricardo Tercero.
miércoles, 29 de febrero de 2012
Meditacion en prosa I
A Alejandra Pizarnik
Hace unos meses, vi por la ventana una mujer muerta. No tenía ropa. Ese mismo día soñé con un río. Yo estaba recostado en el pasto, a la luz del día. Había un viento suave. El sonido del agua era calmo y cálido. Mis manos se movían.
Hace unos meses vi por la ventana una mujer muerta en un infierno musical. No tenía miedo del lenguaje en el silencio. Sus ojos sus voces y sus nombres, hendidos a la sombra del viento, ocultaban palabras cubiertas por un dibujo oculto de un pájaro.
Hace unos meses vi una mujer muerta. Sin noche y sin silencio. Yo escuchaba el resonar del viento que se adentraba en mi sueño. La mujer no se movía. Su nombre, emanaba la música triste que se escucha del otro lado.
Fragmento del Capitulo II de El Camino a Venecia
Colegio Real de La Flèche, 1607
sábado, 18 de febrero de 2012
El Veedor de Todas las Cosas (fragmento)
Capítulo IV
El veedor de todas las cosas visitaba exposición fotográfica en el nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Hamburgo. Las obras eran auténticas y amateur. Había objetos, composiciones, lugares desconocidos, gente. Vio una imagen con un enorme número cinco, dentro del cual había otro número cinco, dentro del cual había un tercero. Pero no se repetía hasta el infinito.
Las galerías del museo se interconectaban entre sí desde los cuatro puntos cardinales. Las puertas eran altas, verdes y angostas. Los techos estaban intervenidos por distintos artistas, en cada rincón o escalera se veían instalaciones difíciles de comprender. El veedor de todas las cosas ya no sabía en qué dirección iba.
En la Galería de los Retratos, se encontró con un hombre cuyo rostro no tenía expresión. El hombre parecía una casa, o una ventana. El veedor de todas las cosas lo invitó a continuar juntos el recorrido, y así llegaron a la Galería de los Cuerpos Desnudos. El hombre sin expresión observaba glúteos, curvas, pezones, bellos, penes, uñas, tobillos. Su rostro, azulado y sombrío, continuaba tieso mientras reflexionaba sobre los cuerpos bidimensionales, que aburrían al veedor de todas las cosas.
De repente, las puertas del museo cerraron. Las luces apagaron, el aire acondicionado dejó de funcionar. El hombre sin expresión perdió su rostro y sintió verguenza. El veedor de todas las cosas registró las paredes, ahora iluminadas rojizamente por el cartel de salida de emergencia. Las puertas habían perdido el color, excepto el blanco y el negro.
Atravesaron una de esas puertas, y llegaron a la Galería de las Sonrisas. El hombre sin expresión continuaba sin su rostro, pero estaba a gusto en esa galería. Había todo tipo de sonrisas: de a dos personas, de a tres personas, de a cuatro, cinco, y aún más… pero en ninguna de esas fotos había mas de diez personas. El veedor de todas las cosas observó casamientos, cumpleaños, a color, personas con sombreros, bajo techo, junto al mar, en una escalera, en una terraza, con y sin plantas. Las sonrisas cubrían las cuatro paredes de la galería y hasta el techo mismo. A pesar de la oscuridad, las sonrisas brillaban.
El hombre sin expresión ahora estaba triste. Quería, recuperar su rostro, volver a sus facciones azuladas y sombrías. Se sentía ajeno, como atosigado por las miradas sonrientes. El veedor de todas las cosas lo tomó de la mano, juntos rastrearon el camino de regreso.
Las sonrisas seguían estando, en el recuerdo de ambos. Algunas eran irónicas, otras despatarradas o grotescas. Finalmente recordaron, casi al mismo tiempo, una sonrisa dulce y otra gentil. El veedor de todas las cosas observó nuevamente al hombre si expresión, y en su rostro perdido encontró una lágrima azul. La compartieron.
-no son sólo fotos –dijo el veedor de todas las cosas– a veces hay música, a veces hay sabor, y muy de vez en cuando puedo escuchar un tren, o el viento.
El hombre sin expresión caminó y caminó hasta encontrar su rostro en la pared. Pronto el aire acondicionado iniciaría su incesante zumbido y las luces se encenderían. Aquellos retratos volverían a inundar las galerías, a mirar incansablemente. Personas entrarían y se irían, y el veedor de todas las cosas observaría el transitar en las galerías. El hombre sin expresión, perderá su rostro, una vez más, y así, infinitamente.
Fresco II
Y se necesitaba tan poco
para organizar el día
en su justo paso.
Billet Doux - Julio Cortazar
En el aire se derrama
el tilín talan triste
de la campana.
Penetra la luz precipitada
del atardecer amarillento
en el pueblo.
Un niño de alpargatas y boina
un almacén de trigo
carboneros,
mujeres campesinas.
Escucho los pregones
del que vende leche
del que vende miel
del que vende reflexiones propias
y tradicionales.
Un candelabro de cobre
afila la gota de cera
que marcará el pasado
del atardecer.
*Del libro de poemas Fresco, publicado en 2010 - Editorial de los Cuatro Vientos.