miércoles, 29 de febrero de 2012

Meditacion en prosa I


A Alejandra Pizarnik

Hace unos meses, vi por la ventana una mujer muerta. No tenía ropa. Ese mismo día soñé con un río. Yo estaba recostado en el pasto, a la luz del día. Había un viento suave. El sonido del agua era calmo y cálido. Mis manos se movían.

Hace unos meses vi por la ventana una mujer muerta en un infierno musical. No tenía miedo del lenguaje en el silencio. Sus ojos sus voces y sus nombres, hendidos a la sombra del viento, ocultaban palabras cubiertas por un dibujo oculto de un pájaro.

Hace unos meses vi una mujer muerta. Sin noche y sin silencio. Yo escuchaba el resonar del viento que se adentraba en mi sueño. La mujer no se movía. Su nombre, emanaba la música triste que se escucha del otro lado.

Fragmento del Capitulo II de El Camino a Venecia

Colegio Real de La Flèche, 1607

René despertó repentinamente de una pesadilla que lo había dejado aferrado al costado de su cama, completamente petrificado y con un sentimiento de ahogo indescriptible. El ahogo fue tan vívido que no llegó a esbozar un grito de espanto. Su hermano continuaba profundamente dormido. René tomó unos minutos para recomponerse, sosteniendo con ambas manos su estómago, intentando hacer una reconstrucción de lo ocurrido en su sueño. Había corrido mucho. Sentía el olor del bosque y el pisoteo de un animal que corría tras él. Estaba oscuro pero la luna iluminaba un sendero: su escape. El animal se acercaba cada vez más, con galope pesado rebuznando insistentemente. René corrió hasta llegar a un descampado donde visualizó una casa de madera. En la punta de la escalinata se encontraba él mismo, como esperándose llegar. Movilizado por el horroroso galope cada vez más cercano, corrió hacia la escalinata de la casa. Sus muslos ardían. El animal se detuvo: era la Yegua de la Noche. Al identificarla, René subió con todas sus fuerzas la escalinata hasta estar a unos metros de su otro yo, cuyos brazos y piernas estaban hechos de madera. Aquél, tenía la mano escondida y su rostro parecía una máscara. René intentó quitar esa máscara, quería saber qué había detrás del escondite facial. Pero antes de tocarla, su yo de madera descubre la mano que tenía escondida, con la que sostenía un cuchillo de papel. La Yegua de la Noche, inmediatamente se lanzó sobre la escalinata, al mismo tiempo que René sintió el corte en su cuello, ejercido desde atrás por su yo de madera, con la máscara aun puesta.

sábado, 18 de febrero de 2012

El Veedor de Todas las Cosas (fragmento)

Capítulo IV

El veedor de todas las cosas visitaba exposición fotográfica en el nuevo Museo de Arte Contemporáneo de Hamburgo. Las obras eran auténticas y amateur. Había objetos, composiciones, lugares desconocidos, gente. Vio una imagen con un enorme número cinco, dentro del cual había otro número cinco, dentro del cual había un tercero. Pero no se repetía hasta el infinito.

Las galerías del museo se interconectaban entre sí desde los cuatro puntos cardinales. Las puertas eran altas, verdes y angostas. Los techos estaban intervenidos por distintos artistas, en cada rincón o escalera se veían instalaciones difíciles de comprender. El veedor de todas las cosas ya no sabía en qué dirección iba.

En la Galería de los Retratos, se encontró con un hombre cuyo rostro no tenía expresión. El hombre parecía una casa, o una ventana. El veedor de todas las cosas lo invitó a continuar juntos el recorrido, y así llegaron a la Galería de los Cuerpos Desnudos. El hombre sin expresión observaba glúteos, curvas, pezones, bellos, penes, uñas, tobillos. Su rostro, azulado y sombrío, continuaba tieso mientras reflexionaba sobre los cuerpos bidimensionales, que aburrían al veedor de todas las cosas.

De repente, las puertas del museo cerraron. Las luces apagaron, el aire acondicionado dejó de funcionar. El hombre sin expresión perdió su rostro y sintió verguenza. El veedor de todas las cosas registró las paredes, ahora iluminadas rojizamente por el cartel de salida de emergencia. Las puertas habían perdido el color, excepto el blanco y el negro.

Atravesaron una de esas puertas, y llegaron a la Galería de las Sonrisas. El hombre sin expresión continuaba sin su rostro, pero estaba a gusto en esa galería. Había todo tipo de sonrisas: de a dos personas, de a tres personas, de a cuatro, cinco, y aún más… pero en ninguna de esas fotos había mas de diez personas. El veedor de todas las cosas observó casamientos, cumpleaños, a color, personas con sombreros, bajo techo, junto al mar, en una escalera, en una terraza, con y sin plantas. Las sonrisas cubrían las cuatro paredes de la galería y hasta el techo mismo. A pesar de la oscuridad, las sonrisas brillaban.

El hombre sin expresión ahora estaba triste. Quería, recuperar su rostro, volver a sus facciones azuladas y sombrías. Se sentía ajeno, como atosigado por las miradas sonrientes. El veedor de todas las cosas lo tomó de la mano, juntos rastrearon el camino de regreso.

Las sonrisas seguían estando, en el recuerdo de ambos. Algunas eran irónicas, otras despatarradas o grotescas. Finalmente recordaron, casi al mismo tiempo, una sonrisa dulce y otra gentil. El veedor de todas las cosas observó nuevamente al hombre si expresión, y en su rostro perdido encontró una lágrima azul. La compartieron.

-no son sólo fotos –dijo el veedor de todas las cosas– a veces hay música, a veces hay sabor, y muy de vez en cuando puedo escuchar un tren, o el viento.

El hombre sin expresión caminó y caminó hasta encontrar su rostro en la pared. Pronto el aire acondicionado iniciaría su incesante zumbido y las luces se encenderían. Aquellos retratos volverían a inundar las galerías, a mirar incansablemente. Personas entrarían y se irían, y el veedor de todas las cosas observaría el transitar en las galerías. El hombre sin expresión, perderá su rostro, una vez más, y así, infinitamente.

Fresco II

Y se necesitaba tan poco
para organizar el día
en su justo paso.

Billet Doux - Julio Cortazar

En el aire se derrama

el tilín talan triste

de la campana.

Penetra la luz precipitada

del atardecer amarillento

en el pueblo.

Un niño de alpargatas y boina

un almacén de trigo

carboneros,

mujeres campesinas.

Escucho los pregones

del que vende leche

del que vende miel

del que vende reflexiones propias

y tradicionales.

Un candelabro de cobre

afila la gota de cera

que marcará el pasado

del atardecer.


*Del libro de poemas Fresco, publicado en 2010 - Editorial de los Cuatro Vientos.

lunes, 13 de febrero de 2012

El Bombero de Willams Carlos Williams

What is a course of history, or philosophy, or poetry, or the most admirable routine of life, compared with the discipline of looking always at what is to be seen? Will you be a reader, a student merely, or a seer?"

-Henry David Thoreau

¿Qué es un curso de historia, de filosofía, o de poesía, o el oficio más admirable en la vida, comparado con la disciplina de siempre observar a lo que hay para observar. Serás un lector, un simple estudiante, o un observador?



Traducir las imágenes que percibimos en diversas emociones estéticas, a través de la palabra, es uno de los desafíos del poeta. Sin embargo, el artista norteamericano Charles Demuth, decidió realizar el proceso invertido, observando un poema de Williams Carlos Willams y traduciendo la palabra a una composición pictórica: La Gran Figura.

The Great Figure

Among the rain
and lights
I saw the figure 5
in gold
on a red
firetruck
moving
tense
unheeded
to gong clangs
siren howls
and wheels rumbling
through the dark city.

La Gran Figura

Entre la lluvia
y las luces
vi el número 5
en dorado
sobre un camión
de bomberos
moviéndose
tenso
desenfrenado
estrepitosas campanas
la sirena aúlla
y retumban las ruedas
por la oscura ciudad.